24 de octubre de 2014

UN SOLITARIO PUNTO PÁLIDO EN LA INMENSIDAD DE LA NOCHE o LA SOLEDAD DEL NÚMERO 2 (Un preludio)

QUINTA PARTE: LA DISGRESIÓN

Esa soledad es Dios.
Ella muere.
Muere.
Así empieza.

La vejez renueva el terror a lo infinito. Devuelve al ser aun sin terminar al principio. El principio que al borde de la tumba entreveo es el cerdo que en mi ni la muerte ni el insulto pueden matar. El terror al borde de la tumba es divino y me hundo en el terror que me engendró. (G. Bataille)

Todo porque mi madre muere.
Muere por razones justas.
No voy a llorar, aunque la muerte suele convocar lágrimas tontas.
Me declaro en franca rebeldía, proclamo mi independencia.
Renuncio a los complejos, miedos y traumas que me heredó.
Ya no soy más un pedazo de ella en mí,  las alergias, la proclividad a enfermarme, la hipocondría, la sumisión, el miedo a vivir, el miedo a la muerte.
Todo porque mi madre muere. Todo se va con ella. Epifanía de mi liberación.
Puedo proclamar con alegría que me gustan las mujeres, que me gusta el sexo y masturbarme, que perdí la virginidad a los 15 años, que no quiero tener hijos, que fumo marihuana, que me tiene sin cuidado  la navidad. Que no creo en Dios.
Pero sobre todo que detestaba su sopa de pollo. Que botaba la comida por el fregadero y se lo daba a los perros de la casa. Por eso aprendí a cocinar.
Ahora
Que lo sepa todo el mundo, ha muerto mi madre.
Porque ha muerto mi madre.
Ya no me importa porque ha muerto mi madre.
La liberación de Edipo. La experiencia del desapego.
En principio el dolor debería destrozarme, pero ella vivió como cien años de su vida y arruinó los primeros veinticinco de la  mía.
En el socarrón advenimiento de la muerte.  Lloro.
Todo porque mi madre muere.
(Texto de Cecilia García)




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