QUINTA PARTE: LA DISGRESIÓN
Esa soledad es Dios.
Ella muere.
Muere.
Así empieza.
La vejez renueva el terror a lo infinito. Devuelve al ser
aun sin terminar al principio. El principio que al borde de la tumba entreveo
es el cerdo que en mi ni la muerte ni el insulto pueden matar. El terror al
borde de la tumba es divino y me hundo en el terror que me engendró. (G.
Bataille)
Todo porque mi madre muere.
Muere por razones justas.
No voy a llorar, aunque la muerte
suele convocar lágrimas tontas.
Me declaro en franca rebeldía,
proclamo mi independencia.
Renuncio a los complejos, miedos y
traumas que me heredó.
Ya no soy más un pedazo de ella en
mí, las alergias, la proclividad a
enfermarme, la hipocondría, la sumisión, el miedo a vivir, el miedo a la muerte.
Todo porque mi madre muere. Todo se
va con ella. Epifanía de mi liberación.
Puedo proclamar con alegría que me
gustan las mujeres, que me gusta el sexo y masturbarme, que perdí la virginidad
a los 15 años, que no quiero tener hijos, que fumo marihuana, que me tiene sin
cuidado la navidad. Que no creo en Dios.
Pero sobre todo que detestaba su
sopa de pollo. Que botaba la comida por el fregadero y se lo daba a los perros
de la casa. Por eso aprendí a cocinar.
Ahora
Que lo sepa todo el mundo, ha
muerto mi madre.
Porque ha muerto mi madre.
Ya no me importa porque ha muerto
mi madre.
La liberación de Edipo. La
experiencia del desapego.
En principio el dolor debería destrozarme,
pero ella vivió como cien años de su vida y arruinó los primeros veinticinco de
la mía.
En el socarrón advenimiento de la
muerte. Lloro.
Todo porque mi madre muere.
(Texto de Cecilia García)
(Texto de Cecilia García)
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